UNA MADRE DE TOKIO. Cuando los detalles lo son todo

El cineasta japonés Yôji Yamada dirije una película familiar donde el peso de las decisiones, la priorización del trabajo, la infelicidad y la búsqueda del amor son motor y escusa para deleitarse entre tanto detalle visual y un humor muy accesible.
La película número 90 del director, y se refleja en la pantalla. La cámara se adapta magistralmente a los espacios reducidos, como la casa de la madre. Dentro de esos lugares narra con pequeños detalles las costumbres japonesas y familiares que están ahí, esperando a ser observadas por el espectador. Todo parece medido al milímetro, y a la vez natural. El piso del protagonista da pistas de que la vida que proyecta no es del todo cierta. Unas pocas latas de cerveza vacías, la comida a domicilio cada día, y el robot limpiasuelos como mascota desvelan el secreto de que algo no va bien.
El papel del hijo perfecto y exitoso en el trabajo está interpretado por Yō Ōizumi, aunque esta visión se desdibuja y la sustituye la de perdedor, divorciado, mal amigo capaz de traicionar a quien sea por priorizar un trabajo que realmente le hace sentirse infeliz.

Los personajes, da igual su edad, no solo están en proceso de cambio. Muestran muchas formas de ser, dibujando personas complejas y en ocasiones duales. Un ejemplo es uno de los secundarios. El gran amigo del hijo, compañero de trabajo fiel e inseparable desde la universidad. En el inicio en un restaurante narra una escena. Evoca un paseo en barco. Su brazo se levanta y relata de la forma característica de las novelas asiáticas contemporáneas, deteniendo el tiempo y planos fugaces acompañan a la historia de los pétalos rosados cayendo lentamente rozando el vaso en el trayecto sobre el río. Después de mostrar esta sensibilidad, el secundario se convierte en un personaje cómico e infantil, pero perfectamente compatible con esta sensibilidad.
Y lo mejor es que esta forma de narrar es recurrente en la película. El tiempo detenido, unas palabras acompañan al espectador y varios planos muy breves como si fueran un recuerdo que quieres atrapar pero desaparece.
El humor está presente en varios personajes, más intensamente a la hora de presentarlos. Así entran de manera que el espectador percibe con una mayor empatía las ambiciones y preocupaciones vitales que desarrollan.
Mei Nagano es la nieta, y aunque sea el personaje que menos aparece de la familia, muestra un drama muy actual. La imposición social de estudiar para acceder a un trabajo esclavizante o casarse con hombre que trabaje en una empresa esclavizante. Los componentes de la familia se acercan a la influencia de la abuela, la brújula de la película, para poder encontrar su lugar en el mundo y encontrar la paz en sus vidas.

Pero esta madre y abuela, interpretada con una maravillosa complejidad por Sayuri Yoshinaga también tiene una preocupación. La mujer viuda trabaja, es independiente, segura, amable y generosa con los que necesitan ayuda. Pero está enamorada del representante de su iglesia y sufre esa inseguridad que te da el no sentirse correspondida. Tendrá que encontrar valentía para tomar una decisión a la vez que convive con la inmadurez de su hijo por la situación.
Planos de bellísima factura como leiv motiv. Especialmente al atardecer. En una visión de Tokio menos tecnológica, ya sea un paraje natural, como la orilla del río, o algo contrapuesto y más cotidiano, como una máquina de refrescos con caracteres japoneses y un toldo azul junto a la entrada del hogar.
El filme en ocasiones se vuelve silencioso, habla el idioma de los detalles. Las enredaderas acariciando las paredes de las casas bajas de la ciudad, la comida casera, las ventanas invitan al reflejo de la luz de los coches a entrar. Este delicado ritmo muestra una visión opuesta del imaginario de la ansiosa y masiva Tokio. La pasión por lo cotidiano descubre escenas diferentes cada día con personas muy peculiares como los dos luchadores de Sumo en bici. Un oxímoron de conceptos brillantes.
Desde mi punto de vista, esta película no va dedicada a cualquier público. Si sufres de ansiedad, esta película da calma, y aunque como he leído en otras reseñas, no pase nada, no comparto esa opinión. No se necesita acción, o grandes dramas para dar importancia a los problemas que sufrimos cada día. Ya sea, trabajo o amor. La manera tan personal de mostrar estos temas hace que la veamos desde la distancia y de forma muy relajada. Si has visto «Perfect Days» y quieres encontrar algo con esa esencia, puedes buscar aquí. Y los cines Verdi dan oportunidades para encontrar este tipo de cine, a muy buen precio y además en prestreno, con salas casi llenas de personas muy respetuosas que te dan esa maravillosa sensación de que la gente cree en estas propuestas que llenan la fe en el ser humano.