El teatro piensa en ti, Chavela Vargas

chavela

©Rubén Sánchez Rus @elgatodelreves

El Teatro Marquina se llena de versiones de Chavela para contar de forma muy original su vida. Y es que seguro que dentro de Luisa Gavasa, Rozalén, Nita y Paula Iwasaki se ha quedado una parte de la cantante para siempre. Como decía la protagonista, «las mujeres son cisnes negros con golondrinas en los ojos».

Que minutos antes de la función el teatro ya esté lleno, dice mucho de lo que espera el público. En el momento del saludo al final de la función está la prueba de fuego, y esta vez se demostró que las expectativas altas no siempre auguran un fracaso. Superarlas no es sencillo, pero contar sobre las tablas con la sublime Luisa Gavasa ayuda. Y es que subir al escenario a cantantes sin experiencia en teatro parece arriesgado, aunque el corazón latiendo en la voz compensa los años de actuación. Y si además para las escenas más intensas luces a una actriz del nivel de Paula Iwasaki, el resultado es el que es: una de las mejores propuestas culturales del año.

Un velo cubre el escenario. Un poncho se dibuja en el aire y de él aparece Rozalén. Por un instante hay que adivinar si quien se expresa es la cantante de Albacete o su personaje. Habla Chavela Mito. Las frases de la cantante se van repitiendo enlazadas con la voz ronca de Gavasa. Desde la butaca no solo se ven, también se sienten sus manos separadas únicamente por ese velo. De la juventud ilusionada a la vejez llena de nostalgia. Los personajes se unen y se duplican, se traspasan el alma de Chavela creando una sincronía entre todas las edades, una misma voz con distintos tonos que solo una gran personalidad como la chamana puede tener. Chavela se dialoga a sí misma encarnada en mujeres con gran poder interpretativo y voces genuinas.

©Rubén Sánchez Rus @elgatodelreves

Completan el reparto dos mujeres, Raquel Valera y Laura Porras, que se remangan la camisa para trabajar a los secundarios y a una conseguida Frida. También un hombre, Alejandro Pelayo, tras el piano bar casi invisible a plena vista, como la lluvia de verano una noche sin luna, que acompaña en el camino de la historia haciendo sonar cada nota como una gota de agua que empapa de sensaciones al público. Algo a priori difícil para muchos artistas, pero que el expianista de Marlango sabe hacer muy bien, permanecer en segundo plano para que las luces brillen con más intensidad.

Es posible que incluso cuando las actrices permanecen inertes, la esencia de la protagonista danza entre ellas. La capacidad de conjurar emociones es algo al alcance de muy pocas obras de teatro, y aquí lo logra una y otra vez. Como por ejemplo cuando evoca la pasión arrebatadora entre Frida y Chavela. O cuando una imponente muerte, La Pelona, devora la atención en cuanto aparece. La antigua compañera de fatigas y sustos de Chavela anuncia su llegada con su corona de aristas, asciende firme y cubre cada escalón con su manto de seda roja llena de la sangre de las almas que roba. Bella y blanca, cruel y segura, con los pétalos que aún no se han marchitado entre sus dedos. Una escena del doloroso recuerdo tan intenso que traspasa a los espectadores. El tiempo deja de ser tiempo para convertirse en triste agitación.

©Rubén Sánchez Rus @elgatodelreves

El impacto de la obra es tan intenso que he olvidado mencionar que hay canciones. Pero mejor es sorprenderse con la voz de cada una de ellas, y pagar el precio de la entrada para simplemente dejarse llevar porque a Chavela no basta con llorarla, a Chavela se la bebe. Una hora y cuarenta minutos que recorre el reloj como una lágrima cae desde la mejilla hasta el corazón.

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