Cabaret en el Kit Kat Club una experiencia inmersiva inolvidable.

“Willkommen, Bienvenue, Welcome…”Así comienza el nuevo Cabaret en el Kit Kat Club de Madrid, y así empieza también la experiencia de meterte de lleno en el Berlín de los años 30. Aquí no hay distancia: entras al club, hueles el humo, te rozan los bailarines, alguien te mira demasiado cerca… y ya no puedes escapar.

El director Federico Bellone ha firmado un montaje que rompe con todo: inmersivo, inquietante y sin concesiones. Aquí no vienes a mirar, vienes a vivirlo. La apuesta no habría sido posible sin el salto mortal que se ha marcado Iñaki Fernández (LETSGO) trayendo esta producción a Madrid. Un auténtico contrato histórico con el teatro musical en España.La ambientación de Felipe de Lima es pura atmósfera: decadencia brillante, luces rojas que parecen sangrar y un espacio que respira contigo. No es un escenario, es un personaje más.

La dirección musical de Julio Awad hace que la partitura de Kander & Ebb cobre vida como nunca. La orquesta no está oculta, está en escena. Y sí, hubo un momento en que el saxofonista me miró directamente y pensé: Laura, no te derritas…. Spoiler: me derretí. El violín llora, el contrabajo late y cada músico se convierte en narrador de esta historia oscura.

La firma de Gillian Bruce es la que da al club ese aire carnal, sucio y magnético. No busca pasos de postal: busca verdad en el movimiento. Los bailarines no bailan bonito, bailan con intención: seducen, provocan, invaden tu espacio.Hay números en los que el cuerpo se convierte en un arma y la coreografía te obliga a mirar aunque quieras apartar los ojos. Y sí, lo confieso: cuando un bailarín me rozó el hombro pensé seriamente en levantarme y unirme al elenco, pero me contuve… por poco…

Los protagonistas se comen el escenario y no es para menos con semejante elenco:

*Abril Zamora (Emcee): magnética, peligrosa, divertida. Su sola presencia ya te atrapa. No solo presenta, domina. Con una mezcla de humor corrosivo y ternura inquietante, rompe cualquier expectativa y convierte cada número en un pequeño espejo de lo que somos capaces de ocultar tras la risa.

*Amanda Digón (Sally Bowles): descarada y frágil a la vez. Su Sally Bowles emociona porque no es perfecta. Brilla, se rompe, se levanta, vuelve a caer… y en cada gesto transmite fragilidad. Despliega un trabajo vocal que sorprende por su versatilidad: no busca la perfección académica, sino la emoción cruda. Su voz se quiebra cuando debe romperse, vuela cuando debe ser libre, y en esas grietas aparece la verdad del personaje. Como actriz, sabe manejar el vaivén de una Sally que se cree más grande que la vida, pero que se encoge en cuanto las luces del cabaret se apagan. Su interpretación es valiente, sin filtros, con esa mezcla de brillo y decadencia que hace que el público la mire con ternura y con rabia a la vez. Su “Maybe This Time” me hizo pensar: yo quiero ser Sally Bowles, aunque desafine en el intento. Aunque también os digo que me muero de ganas por subirme a su columpio y cantar a dúo «Don’ t Tell Mama»

*Pepe Nufrio (Clifford): da a su personaje una delicadeza poco habitual, y ese matiz hace que su historia sea más cercana, más humana. En el papel de Clifford sorprende porque huye del cliché de “simple narrador” y se convierte en un protagonista con peso dramático real. Su Clifford no es solo testigo, sino también víctima del entorno, y lo dota de una fragilidad que lo humaniza. A nivel actoral aporta naturalidad y cercanía; a nivel vocal, su voz cálida acompaña con delicadeza sin nunca imponerse, lo que genera un contraste muy potente con el mundo excesivo del Kit Kat Klub.

*Carmen Conesa (Fräulein Schneider) y Tony River (Herr Schultz): ternura pura en medio de la tormenta. Fräulein Schneider, llena el aire de dignidad y melancolía0 su historia de amor con Herr Schultz emociona porque sabes que se sostiene en un mundo que se derrumba.

*Pepa Lucas (Fräulein Kost): explosiva, divertida, es pura dinamita: carnal, divertida, provocadora… el público la sigue con la mirada aunque no quiera, porque ella sabe cómo atraparla. Pero además canta en alemán, con esa fuerza desgarrada que atraviesa la piel. Su Fräulein Kost no es solo la vecina ligera de costumbres que hemos visto en otras versiones: aquí tiene voz propia, carácter y una presencia que llena el escenario. Es descarada y magnética, como si llevara tatuada la advertencia de que el deseo y la supervivencia pueden bailar al mismo ritmo.

Gonzalo Ramos (Ernst Ludwig): encantador… hasta que enseña el verdadero rostro; pone la nota inquietante al relato. Con su elegancia inicial y esa sonrisa aparentemente amable, va deslizando poco a poco la sombra del nazismo. Es un papel incómodo, y él lo defiende con una naturalidad que te sacude, porque justo ahí está la fuerza: en cómo la amenaza se cuela sin que apenas te des cuenta.

El Ensemble es la verdadera sangre del Kit Kat Club. Andrea Buret, Marina Albaiceta, Paula Argüelles, Gerard Mínguez, Alejandro Fernández, Andrea del Castillo y Christian Velert son dinamita pura. No están detrás: están al lado, encima, en tus narices. A veces no sabes si eres espectador o parte del show. Y ojo: esa duda es el mayor logro del montaje. Viven cada gesto. La coreografía de Silvia Montesinos exige precisión y descaro a partes iguales, y ellos lo cumplen con una entrega arrolladora. Cada número es un estallido de energía y, al mismo tiempo, un retrato inquietante de un mundo que ríe mientras se desmorona. Bailarines y cantantes del ensemble logran algo dificilísimo: hacer que el público se sienta dentro del Kit Kat Klub, como un cliente más, tentado y atrapado por ese cabaret.

Este Cabaret inmersivo no es un musical al uso: es un ritual. Sales con la adrenalina disparada, el maquillaje corrido y la sensación de haber sido parte de algo histórico.Un espectáculo valiente, distinto y necesario. Y aviso: una vez entras al Kit Kat Club… ya no hay salida.

Auf Wiedersehen.

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