Cenicienta, el musical. Viene pisando fuerte.

Hay cuentos que nunca pasan de moda, pero algunos llegan para recordarnos por qué los seguimos necesitando. Cenicienta, el musical ha aterrizado en el Teatro Coliseum con una producción de esas que te reconcilian con la magia escénica. No solo por la historia (que todos creemos conocer), sino por cómo la cuentan: con una energía fresca, voces impecables, humor, emoción y un momento que ya es historia del teatro madrileño —esa calabaza que se convierte en coche, en cuál? Tendrás que ir para descubrilo y te aseguro que si eso no es magia moderna, que baje el hada madrina y lo explique.

La protagonista, Paule Mallagarai (Ella), es un hallazgo. Canta con una dulzura limpia, con un control vocal precioso, y transmite fuerza, inocencia y decisión a partes iguales. A su lado, Briel González (Topher) es un príncipe de carne y hueso, con voz cálida, presencia escénica y una naturalidad que encaja perfectamente en esta versión actualizada del cuento. Juntos hacen una pareja encantadora y creíble, con química real y miradas que cuentan tanto como las canciones.

En el bando más divertido (y algo malvado), Mariola Peña (Madame) se gana al público con su mezcla de sarcasmo y elegancia. Su interpretación tiene chispa, humor y una voz impresionante.

Las hermanastras, María Gago (Gabrielle) y Caro Gestoso (Charlotte), son un dúo cómico perfectamente engrasado. Gago aporta ternura, Gestoso una vis cómica tremenda, y ambas consiguen que las “villanas” tengan corazón. Y qué decir de Mayca Teba (Marie, el Hada Madrina): cada vez que aparece, el teatro brilla. Su voz llena el Coliseum, sus agudos son pura magia y su presencia escénica es de esas que te dejan sin pestañear.

En los papeles secundarios, José Navar (Sebastian) se mueve entre la autoridad y el humor con una elegancia deliciosa; Jaume Giró (Lord Pinkleton) brilla con precisión y simpatía, y Eloi Gómez (Jean-Michel) añade el toque reivindicativo y humano que hace que esta versión tenga mensaje más allá del cuento.

El ensemble es otro nivel. La energía que desprenden, la coordinación, las voces, los movimientos… son el corazón del espectáculo. Entre ellos están Ramsés Vollbrecht, Alex Abad Cabedo, José Guélez, Robert González Ramírez, Antonio Fago, Pablo Badillo Soler, Javier Toca, Carmen Prados Jiménez, Marina Espíldora, Elena Rueda Alcaide, Xenia García Sánchez, Andrea Currello, Patricia Sánchez, Sara Martín Aparicio y Kristina Alonso.Y completando el equipo, los swings y covers: James Douglas, Urko Fernández Marzana, José Montero Soriano, Aroa Gárez, Paula Pérez Huertas y Rebeca O’Neill. Todos brillan y mantienen el nivel altísimo del conjunto, demostrando que en este musical no hay papeles pequeños.

La música en directo suena impecable bajo la dirección musical de Xavier Torras, con una orquesta de casi veinte músicos que dan vida a las partituras de Rodgers & Hammerstein y a las orquestaciones de Danny Troob, Gareth Valentine y Larry Blank. Es un lujo escuchar cómo cada instrumento respira, cómo las cuerdas acarician y los vientos te envuelven. No hay playback, aquí todo vibra de verdad.

La parte técnica merece su propio aplauso: Howard Harrison firma un diseño de luces que transforma cada escena en un cuadro; Poti Martín logra un sonido limpio y envolvente; Anna Louizos firma una escenografía llena de imaginación y ritmo visual; Jeff Sugg aporta unas proyecciones preciosas; y la dirección técnica internacional de Ed Wielstra garantiza que la maquinaria escénica funcione como un reloj. Y vaya si funciona: ese momento en que la calabaza se convierte en un coche ( no es el que esperas) deja al público entre la risa, la sorpresa y la ovación espontánea.

El vestuario es puro espectáculo. Colores, brillos, corsés y telas que se mueven como si tuvieran vida propia. Cada detalle está cuidado, cada traje cuenta algo. Yo —lo confieso— me pondría más de uno para cubrir los Premios Goya y quedarme tan pancha.

Esta Cenicienta tiene mensaje. Ya no es la chica que espera su rescate, sino una mujer que se busca, que elige y que transforma su propio destino. Aquí el cuento habla de igualdad, de sueños y de confianza. No hay moraleja antigua, hay empoderamiento con música y humor.

En definitiva, Cenicienta, el musical original es una joya moderna con alma de clásico: voces espectaculares, una orquesta en directo que emociona, un elenco coral de lujo, y una dirección escénica que equilibra el cuento de siempre con la mirada del ahora.

Sales del teatro con el corazón calentito, un poquito de purpurina invisible en el pelo y la sensación de que, si lo sueñas, la calabaza puede convertirse en lo que tú quieras

Y ya sabes… si vas, lleva zapato cómodo (porque te levantarás a aplaudir). Y recuerda la mágia continua a las 12…

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